Lo que vemos el día de hoy, tanto en las calles como en el debate público, resulta por un lado fascinante, ya que presenta una oportunidad muy positiva. Pero, por otro lado, se torna también preocupante ya que arroja costos y riesgos de los cuales al parecer, nadie se está haciendo cargo. Como siempre, la moneda tiene dos caras: beneficios y desventajas. Aún así, la educación debe ser reformada, ¿o alguien duda de este hecho?
El problema es siempre el modo. Pero, claramente, eso implica al menos un consenso previo sobre cuáles serán los canales para acordar tanto la idea general como sus detalles técnicos. Además, existe un descontento social que fue abruptamente destapado producto de lo anterior. ¿Se requieren reformas políticas? ¿Estamos ante una crisis institucional?
¿Cuántos mártires se necesitan para que los actores –todos– se sienten en la mesa con mutua confianza? Porque, al parecer, de lo que más hay carencia, más que de educación, es de confianza. Un sinfín de preguntas nos arroja la situación de hoy, pero ojalá que sus respuestas nos lleven a una salida constructiva y beneficiosa para el país y su sistema educacional.
Una oportunidad que nos requiere a todos
Primero, la oportunidad es histórica pero no por eso fácil de concretar. Es muy bien sabido a nivel mundial lo difícil que es lograr sistemas políticos bien pensados y maduros que puedan hacerse cargo de buena manera de las reformas a largo plazo. Lamentablemente, la política pública de calidad no es el resultado esperado cuando el incentivo es ganar votos en cada periodo eleccionario de personas no muy informadas. Somos mal educados, tanto intelectual como cívicamente, y se dice que los políticos son lo que su pueblo se merece: ¿estamos frente a un círculo vicioso?
Es por ello que en parte se hizo necesario que para reformar la educación, los estudiantes y la sociedad civil se levantaran cada cierto tiempo a exigir mejoras: fue muy bello el inicio de este movimiento y nadie niega el gran valor que tuvo para poner el tema en la agenda. Ahora, todavía ridiculizan su convicción al dejar en claro cuales son los elementos que faltan y cuál conjunto de ideas está completamente marginado y censurado de las lógicas del sistema. Porque es cierto que el sistema educacional que hay en Chile es único, técnicamente muy cuestionable y basado sesgadamente en una ideología. Es necesario entonces incluir esos componentes que tanto le hacen falta, que tanto cuestan empujar hacia adelante en la política.
En ese sentido, en mi opinión, las propuestas del gobierno abarcan reformas muy necesarias y positivas para corregir el modelo, pero no mejoran ciertos aspectos estructurales del mismo. No queda clara la distribución de montos como para saber si se va a hacer reflotar o hundir la educación pública, o qué pasará con las instituciones regionales ni cuales serán los efectos en aspectos específicos, como la investigación. Porque por el momento lo único seguro es que se está incurriendo en una exacerbación casi morbosa del financiamiento a la demanda, en un sistema aún muy desregulado. Lo bueno es que está ahí la ciudadanía para recordar estos aspectos en el largo plazo, aunque ojalá se hiciera de mejor forma el día de hoy.
Las responsabilidades son compartidas
Pero esto no es los buenos contra los malos, ni blanco y negro. Ponerlo así es un simplismo, un reduccionismo y un deseo de polarizar que repudio. Han habido altos niveles de irresponsabilidad de ambas partes respecto a los costos, aparte de los obvios y tangibles en cuanto a la violencia y daños que a la prensa le gusta destacar.
¿Sabía usted que como movimiento estudiantil hemos ayudado a perjudicar la educación pública? Y todos somos responsables, no sólo el gobierno. Sólo esperemos los números, cuánto bajará este y los siguientes años la matrícula pública en liceos municipales y los puntajes de corte en universidades tradicionales, cuánto bajará el rendimiento a fin de año y las posibilidades de educación superior de toda una generación en los establecimientos parados, cuál será el costo para el comercio Pyme en el centro, las consecuencias de generar polarización de forma no sana, ser responsables de dejar instaladas en la población ideas que no son factibles o perjudiciales, etc.
Si bien el gobierno y los políticos no han sabido guiar un proceso institucional adecuado y sus propuestas tienen falencias, lo que en parte provoca lo anterior, los representantes y el movimiento como un todo también tienen responsabilidad en estas consecuencias. Hay muchas maneras de levantar inquietudes, de construir y liderar un mensaje, varias formas de llevar a cabo una negociación y de ejercer presión. Claramente hay caminos más constructivos y estratégicos que otros. En ese sentido, ojalá que la oportunidad de llevar y concretar estas demandas por vía institucional no se haya perdido, y que las señales de acercamiento que vemos el día de hoy apunten en esa dirección.
La FEUC tiene mucho que aportar en ese sentido, razón por lo cual le he demostrado mi apoyo. Pero dicho aporte debe darse con un sentido de responsabilidad y madurez política, con una visión de acordar progresivamente reformas graduales y necesarias en beneficio de la educación pública de calidad y educación privada con justicia que Chile se merece, y que ojalá también lo integre socialmente. Siento que muy pronto sucederá el punto de inflexión, y ojalá que la moneda, esa que gira mostrando rápidamente ambas caras, caiga hacia el lado correcto.
Markus Niehaus
Estudiante de Ingeniería Civil
Consejero Territorial
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